Moreno miraba el horizonte, pensaba en ella ¿en quién más si no? La brisa fresca le hacía tiritar, una camisa gastada por el tiempo y una polera llena de agujeros eran su único abrigo. Metió su mano en el abrigo y sacó una pequeña bolsita de nylon, dentro había una foto que por el estado en que estaba se notaba que tenía mucho años.
Al mirar su rostro, Moreno no pudo evitar que unos lagrimones enormes cayeran sobre la foto. Unos ojos grandes y risueños le miraban, unos rizos abundantes y enmarañados enmarcaban esa imagen.
Era Elizabeth, su amor.
Sus dedos acariciaban ese cabello de la fotografía, como si fuera ayer aún sentía ese perfume y las cosquillas que le hacían cuando ella dejaba caer el pelo en su cara.
No podía evitar llorar, era más fuerte que él y eso que era un hombre curtido por el tiempo, los dolores y las batallas sangrientas.
Apretaba la imagen contra su pecho y los sollozos escapaban de sus labios. Se decía una y otra vez que ella volvería, se lo había prometido, le dijo que volvería a esperarlo en el faro, cuando él volviera de la legión. No podía faltar a la cita de todos los días esperar ahí, su llegada.
Se lo había prometido, su amor lo dijo.
En su mente, pobre viejo desamparado, creía que si lo repetía todo el tiempo, se volvería realidad.
Las lágrimas seguían cayendo y la noche venía llegando.
El faro viejo y abandonado ya no estiraba sus sombras, estaba en completa obscuridad.
Moreno le dio un beso a su amada y la volvió a apretar contra su pecho. Miró el horizonte y sonrió cuando la luna se asomó redonda y enorme, como aquella vez que se besaron por primera vez.
Un perro ladró y Moreno miró al faro en completa obscuridad, en ese momento se encendió su luz.
Una figura se recortaba en el fondo de la puerta de entrada, un vestido vaporoso parecía flotar a su alrededor. Un vestido con grandes flores amarillas. Sentado a sus pies, un perro labrador parecía mirarlo directamente.
La luz del faro volvió a dar su vuelta. La figura abrió la puerta y entró junto con el perro.
El viejo se levantó y caminó hasta la puerta, sin temor se asomó a mirar, del asombro, cayó de su mano al suelo la foto de su bella amada, el suelo era pasto verde y hasta donde podía ver el horizonte de lejos, era un lugar lleno de flores.
Un perro ladró.
La luz del faro se apagó.
FIN
a la mujer de mis sueños.