domingo, 16 de julio de 2017

SUEÑOS 3




Los ojos verdes cansados miraban atentamente el mar, las olas enojadas intentaban mojarlo sin conseguirlo. El mar y él se amaban, pero las olas que eran como sus hijas siempre querían ser más que su padre. Las miraba con cariño, a veces Moreno les hablaba contándoles que hizo en el día, en otras ocasiones cuando el dolor de la ausencias le colmaba el corazón, les contaba historias de batallas, sangre y desolación. Muchas veces el relato se cortaba abruptamente por el llanto del viejo, su edad era avanzada pero su memoria era fuerte y recordar todo eso le laceraba el alma. Aún oía los gritos de dolor, podía oler la sangre, la pólvora y sentía la comezón de la arena en sus botas.
Sus manos arrugadas y llenas de callos secaban esas lágrimas derramadas por amor y recuerdos del desierto.
Ese era su forma de desahogarse, vivía solo en su choza de la playa en donde por suerte para él, nadie le importunaba. Pasaba las tardes pescando, mirando al mar o simplemente fumando su pipa en silencio sentado entre los mascarones de proa que pululaban en la entrada.
De fondo se veía el hermoso faro abandonado, que solo servía de paseo para los turistas. La gente del pueblo no se atrevía a ir ahí, no por miedo, si no por el profundo respeto que le tenían al viejo.
Para ellos él era su faro. Era el típico marinero, el famoso lobo de mar que se le dice. Algunos sabían parte de su historia, en realidad sabían muy poco y el resto lo inventaban, para llenar los espacios que Moreno dejó al no contar jamás su historia.
Salió de su ensoñación, la pipa se había apagado buen tiempo atrás, las olas furiosas le miraban quedamente, como quien mira una obra de arte sin atreverse a decir ni una palabra.
No sabía si tomar su caña y tratar de pescar la cena, unos segundos después volvió a su posición, recostado en una gran piedra a la sombra del faro. Prefería sentir esa noche el amargo dolor del hambre, porque tenía hambre de sueños, guerras en el desierto y viajes, pero lo que más le llenaba era soñar con ella.
Cerró los ojos y sus hijas las olas se retiraron sin hacer ruido, para no interrumpir el único momento en donde él podía encontrarla y decirle cuanto la amaba aún.

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